Babel impacta. Babel emociona. Babel engancha. Y no sólo porque reúne a Brad Pitt y Gael García Bernal en una misma pantalla (ojo: juntos, pero no revueltos); sino porque, una vez más, Alejandro González Iñárritu nos sorprende y nos recuerda que lo importante no es tener una buena historia, sino cómo contarla. Babel transcurre en cuatro relatos paralelos, que a ratos se desordenan y descoordinan su temporalidad. Pero ahí estamos nosotros, los espectadores, para ordenar, para entender, para ir más allá. El éxito de este filme comprobó que hay muchos que se cansaron de simplemente ver una película; también quieren que pensarla, interpretarla, hacerse parte de esa construcción del relato, sin dejarle todo ese peso al director.
En ese sentido, González Iñárritu ha demostrado con el éxito de su filmografía (“Amores Perros”, “21 gramos”) que el público quiere participar. Sus películas dejan espacio para recorrerlas y experimentarlas de acuerdo a cada uno. Tal como una página web, le muestra al espectador los caminos y las rutas para que él vaya dándoles coherencia y orden.
Tal vez sería más fácil tener las historias desplegadas así y poder ir volviendo al ”home” para no perderse nada; pero la magia del cine no es esa; aquí el autor sigue teniendo poder para manejar los tiempos y órdenes, aunque el público tenga su cuota de poder para completar.
Babel confunde. Complican la mezcla, los saltos y el contraste de realidades tan disímiles. Si el espectador se distrae, pierde el hilo. Hay que verla concentrado, porque la base de esta película es un público activo para ir unificando lo que a simple vista parece no tener mucho sentido.
A medida que va avanzando el filme, nos damos cuenta que está todo unido. Cosas que parecían tan distantes como una adolescente de Japón y una nana mexicana trabajando de ilegal en Estados Unidos, se muestran de pronto interconectadas. Surge inevitablemente la idea de aldea global, ese mundo tan lejano que converge en una red donde cualquiera puede estar relacionado con cualquiera.
Babel nos muestra un contraste apasionante. Un mundo increíblemente unido y al mismo tiempo, marcado por la incomprensión, intolerancia e incapacidad de comprender al otro. Tal como en la historia bíblica, el idioma no es más que símbolo de esta barrera entre los hombres.
Babel no es de esas películas que se acaban cuando se terminan las letritas en fondo negro. Se quedan en la cabeza y se siguen construyendo. Babel es tan buena porque es mucho más que lo que se ve. No se queda sólo en una película; es también lo que se piensa a partir de ella, los desenlaces que intuimos y lo que completamos inconcientemente para dar coherencia y cohesión a las historias. Babel es esa construcción que hacemos de ella cuando la vemos. Por eso llega. Porque no sólo la vemos, sino que también le damos forma, la experimentamos.